Ayer fue un día claro y se podían ver al desnudo los dominios que la niebla normalmente oculta. Esa extensa y mansa planicie que se muestra en la imagen rodea por el Sur y el Este a uno de los montes más bravos de la orografía navarra, Beriain, cuya cumbre se aprecia al fondo. En esa zona, allá donde las calizas quedan al descubierto, van dibujando suntuosas olas a través de largas crestas afiladas que emergen de manera ordenada, acotando entre sus sucesivas series anchas franjas herbosas. Al no haber ya demasiada presión ganadera, la hierba se va viendo en ellas colonizada por el brezo. Los brezales incorporan en estas fechas y por estos pagos un delicado contraste, gracias al tono marrón que muestran sus flores secas. No hay cursos de agua, sólo alguna balsa para el ganado, y no da la impresión de que el agua ahí abajo se estanque. Sabemos, no obstante, que resurge bien pronto por fuentes dispersas en las cabeceras de los valles que se abren alrededor de este enorme macizo rocoso. Si alguna vez el bosque cubrió el paraje, nada queda hoy de él. Las hayas crecen en abundancia, pero a resguardo de los vientos que discurren ahí impetuosos, como por un canal, llegados desde el Oeste por Ergoiena; prefieren las laderas sureñas, al otro lado de la larga cresta que circunda la llanada formando un amplio arco que va desde Tontorraundi, pasando por Elordia, hasta el Alto de las Bordas viejas. Tampoco hay señal de turberas ni de helechales. Lo único que sobresale muy de vez en cuando es algún espino. Es de imaginar que el ambiente habitual es bastante inhóspito y que, salvo en verano, nunca ha sido sencillo encontrar refugio ahí. También a resguardo del impetuoso viento del noroeste se encuentra el extenso enclave donde se concentran las viejas bordas ganaderas de Goñi. Hoy todo él está en ruinas, dejando en el paisaje una huella de desamparo y librando todo este territorio a una silenciosa soledad. En realidad, por este lugar ya sólo parecen correr vientos y ventiscas. Por los cerros por los que pasé fui viendo ovejas, no muchas, así como algunos grupos de vacas y caballos paciendo tranquilamente. Un pastor, que quizá fuera quien los cuidaba, se había trasladado con su furgoneta hasta las cercanías de la arruinada ermita de Sta. Quiteria. Al filo de mediodía imagino que daría la vuelta y volvería con su vehículo por la pista, hasta donde la planicie acaba y se asoma a Sakana, y descendería por Ergoiena una vez acabada su jornada.
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