sábado, 28 de octubre de 2017

Hoy toca aguantar


Permaneces pegado a la pantalla, pasas de un diario digital a otro, lanzas de vez en cuando una ojeada a las televisiones, esperando noticias ante la inminente catástrofe que presientes está pronta a llegar. Oyes más allá, en otra esfera, gritos de alegría, zumbido de altavoces y el vuelo sordo del helicóptero. Es verdad, en otro tiempo ya hubieran sido cañonazos, gritos desgarrados y detonaciones secas. Armados con el micrófono, los periodistas se muestran ebrios de entusiasmo y sobrados de noticias. Todo parece hoy digno de ser registrado: un discurso, el clamor de la multitud, el ambiente efervescente, los lemas y canciones, los asomados a los balcones, los que levantan sus brazos enarbolando varas o banderas, el turista atónito con su plano en mano, los guardias ante la fachada con gesto adusto y el pulgar enganchado al cinturón. Son momentos apasionantes, se sincera un periodista en pantalla sin poder ocultar su terrible y enfermiza emoción. Uno tras otro, todos ellos, se sienten radiantes ante el privilegio de estar ahí, de vivir esta jornada única. La atmósfera, dicen, se advierte más cargada y poderosa, porque la tormenta está prácticamente ahí. Son tantos los fuegos encendidos, que debe ser difícil sustraerse a todo ese ardor y a la épica homérica. Algo distinto es lo que desde fuera observas. No adviertes épica alguna y lo que presumes es una jornada más dramática que soberbia, no demasiado prometedora, pero sin duda histórica. Sigues frente a la pantalla. Embutidos en el decorado de colorines, los que se dicen analistas se enzarzan, con palabrería vana, en trifulcas sin sustancia, como ridículos polichinelas. Nunca estuvieron ahí para calibrar consecuencias y ahora, ya sin disfraz, claman por medidas urgentes, exigen que entren de una vez las tropas. Mientras unos miran extasiados a la luna, otros se desfogan con arengas llenas de resentimiento y desprecio, se reafirman en sus acusaciones y marcan con absoluta desvergüenza los objetivos a batir. Está pronto a sonar el olifante y a empezar la caza mayor. Mientras tanto, en las imágenes de calle todavía ves el escenario invadido por figurantes transidos, prestos a concederse un sueño y a retener, para cuando todo se esfume, este segundo de gloria, esta minúscula parte del día en que se sintieron dueños de su destino, del año en que rozaron el techo azul con sus manos, del tiempo en que la voluntad de ser parecía hacerlo todo posible. Esos son los términos evanescentes, casi filosóficos, en que responden los manifestantes a las preguntas ansiosas de los reporteros. Cuando vuelven al grupo, cantan y aplauden frenéticamente, al tiempo que se mueven como ilusionados Supermanes, con una capa barrada detrás y una estrella anudada al cuello, tan grande que les estrangula y les hace perder la cabeza, que les impulsa a corretear como niños por la plaza, intentando inútilmente levantar el vuelo. Sigues mirando la pantalla y piensas que tarde o temprano llegará el momento en que lamentes haber seguido mirando, cuando sabías que estaba a punto de caer el telón y detrás de él el mazo soberbio, dirán que justiciero.

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