En otros tiempos me dediqué a los problemas, así genéricamente, pero en muy diversos frentes. Creo que serán muchos los que podrán decir lo mismo. Porque, en realidad, ¿quién no ha crecido y convivido con los problemas? Nadie. Los problemas están en todas partes, nos rodean y no pocas veces somos parte integrante y decisiva de ellos. No queda bien decir que si desapareciéramos, a algunos les ahorraríamos un tremendo o no tan tremendo problema, aunque sea cierto. Pero voy más bien al hecho de que los problemas son de una naturaleza tal que se asemejan a un elemento enormemente fluido y expansivo dentro de la realidad, a algo que se cuela por todas partes como una especie de insidioso gas.
De todos formas, por aclarar un poco, en esto de los problemas conviene distinguir tres momentos decisivos. Aparentemente, el primero debería de ser la generación. Cuando el contexto está perfectamente estructurado, generar problemas es algo parecido a un truco de prestidigitación: ocultar lo decisivo mientras se muestra parte de lo que le rodea con el fin de entretener y despistar a quien lo busca. Conozco bastante bien este juego, basado siempre en la combinatoria, la nominación, la asociación, la sustitución y otros medios, que al igual que las manos deben siempre moverse ágilmente sobre el tablero para forzar un período de perplejidad y a ser posible de reflexión. He redactado montones de problemas y, para quienes desconozcan el asunto, confesaré que el juego es bastante estimulante por lo creativo y sobre todo por la ventaja que uno se atribuye sobre quien está condenado a resolverlos. Por tanto, la generación ofrece cierta satisfacción y adorna con un ribete creativo a sus autores, que de algún modo se presentan como los brillantes depositarios de la ansiada solución.
Vayamos ahora a un momento un poco más interesante. Se trata de la detección del problema. Volviendo a los contextos estructurados, tal género de actividad es mucho más exigente que la anterior, de la que se distingue con claridad. Hasta el punto de que nadie en esos ambientes confunde un problema, donde es preciso desbrozar el alcance último de las definiciones y la dirección en que obran las inferencias lógicas, con la mecánica que abre la puerta de salida a los ejercicios. En principio, nadie debería confundir obtener un resultado con hallar una solución, porque la partida se juega en tableros bien distintos. No obstante, todo tiene su proporción. Seguramente a quien se ejercita echando mano de un libro, donde hay un catálogo de casos, todos ellos variantes, con vistas a lograr desarrollar su intuición para buscar la salida, el reto le parecerá problemático. Por otro lado, los ejercicios propuestos tienen sus grados que actúan como peldaños necesarios, no tanto de cara a obtener una solución o método general como a mejorar la destreza de quien se ejercita en la búsqueda de caminos. Por tanto la detección apunta como final a una solución general, a un método contrastado que permita no sólo la solución sino, a poder ser, la práctica disolución del problema.
Estaría por último el momento que a todos parece más decisivo: la solución. Una vez más, empezaré por los contextos más regulados y cerrados. Ahí solucionar no es muy diferente de resolver y resolver viene a significar encontrar o descubrir. Esto entronca con una larga tradición que coloca siempre al final del descubrimiento dos ofertas sustanciosas: el camino correcto a alguna clase de más allá doméstico o ese objeto extraordinario que permanecía oculto y a la vez a la vista de todos. Cuando atendemos a la tradición, solucionar aparece, pues, ante nosotros como hallazgo, bien sea de la vía milagrosa o de la piedra filosofal. Claro que en la tradición matemática las cosas suelen ser mucho menos deslumbrantes. Ahí la solución puede consistir en algo tan prosaico como encontrar un enlace entre dos áreas tenidas por independientes o dar con un enfoque que revolucione y obligue a ver qué nuevas sombras proyecta todo lo que se tenía por conocido. En todo caso, su gente es muy consciente de que cualquier solución es una pausa, una oportunidad de mirar, y quizá entender, y nunca un punto de llegada, porque hay incluso motivos para dudar de que estemos en algún sitio o que lo podamos detectar.
Y ahora llegaría lo que yo quería comentar, entrando en el ámbito en que me quería desenvolver. ¿Qué sucede con esos tres momentos decisivos en contextos menos estructurados? Pues que, si las cosas tendían a confundirse en los regulados, se comportan mucho peor aún en los no regulados. Voy introducir casos más que recrearme en un debate que se prolongaría demasiado. Veamos, para empezar la creación y la detección del problema prácticamente suelen confundirse. En medicina, por ejemplo, la creación de patologías quiere responder a la detección de problemas, pero en el fondo todo el mundo sospecha que esto último responde más a una estrategia comercial, por lo que lo primero resultaría ser artificial. Esa misma estrategia comercial es la que actúa en otros ámbitos aún más abiertos o menos científicos. Caso concreto: el nuevo y revolucionario colchón es la solución idónea para dormir, para nuestra espalda, para nuestros huesos,.., justo porque partimos de un problema de insatisfacción. Parece, por tanto, como si actuáramos en el orden inverso, en el que la solución precede al propio problema, que resulta con ella detectado. Esta línea es la explotada por la publicidad, que busca mostrarnos, con toda clase de argucias, que tenemos un problema aunque ni siquiera habíamos sido capaces de detectarlo, no digamos ya de expresarlo o formularlo. No habiendo conciencia del mismo uno debería preguntarse si lo que sentimos merece el tratamiento de problema y corresponde emplear una metodología similar a la de los problemas propios de los ámbitos cerrados. Donde las cosas se muestran más difusas es en el tramo final. De hecho la solución en los casos que ahora consideramos no aparece nunca, no hay lugar para el equilibrio formal que se da al solucionar en una estructura, porque todo está sujeto aquí a una dinámica mucho más vital. Pongamos el caso de los medicamentos. Son presentados como antídotos al problema clínico, a su expresión patológica, pero ¿representan de veras la solución? Con el humano de por medio ese término resulta siempre excesivo. Podemos hablar quizá de cierta satisfacción. Sin embargo, esa satisfacción no sólo es transitoria — mucho más que las soluciones clásicas—, sino que sube y baja en cuanto a grado en función de factores que casi nunca se contemplan al comienzo de la ecuación médica.
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