sábado, 21 de octubre de 2017

Araos a millares


Bandada de araos en los acantilados de Hornøya, Norte de Noruega
Foto: Øyvind Pedersen, 2017 Sony World Photography Awards
Sería incapaz de reconocer a un arao común, y menos a la altura que ahí se ven. Pero que no pueda reconocerlos en singular no me impide quedar fascinado ante el espectáculo plural recogido por la foto. Es un poco tonto decir que hubiera preferido verlo en directo. Pero he visto bandadas de grullas en su pasa otoñal y primaveral por aquí cerca y puedo imaginarme la emoción que se experimenta al estar ahí. Ya sé que imaginarse una emoción no es lo mismo que experimentarla, que viene a ser como un sucedáneo, como una emoción de segunda mano, como una sensación devaluada. Faltan muchas factores, quizá demaiados cono para sentirse inmerso en una experiencia tan impresionante. Falta, por ejemplo, el sonido, esa algarabía de la que se acompaña en su movimiento toda esa nube. Falta, obviamente, el propio movimiento, pues debemos contentarnos con una imagen fija y bien sabemos que nada queda en ella de esas sístoles y diástoles que suelen acompañar al lento avance de la bandada. Pero quizá lo que más se echa en falta es el olor, ese aroma penetrante que incluso con los ojos cerrados nos sitúa frente al mar. Y falta desde luego el frío y la lluvia. De hecho, desde la pantalla es imposible recrear esa atmósfera excitante. Nuestros sentidos nunca conseguirán recrear todas esas circunstancias. Sólo nos queda la vista, pero ésta siempre es capaz de invitarnos a imaginar. Aunque sabemos de antemano que al imaginar, como decía, siempre nos quedaremos lejos del sentir desbordante, de la emoción provocada por la experiencia completa.


Chillidos de araos, en islas Treshnish (Escocia),
Grabación: A. Carter

A falta de una emoción íntegra y total, uno debe contentarse y recrearse en la observación de lo que se le ofrece. Es el caso de las formas. ¿Qué me dirían si declaro que la foto me recuerda a ciertas pinturas? Podríamos empezar por los pintores puntillistas, pero nos falta evidentemente la nota del color. Así que más comparable me parece nuestra foto a las litografías de algún grafista, o a los cuadros de algún pintor abstracto. ¿Qué les parecería, por ejemplo, Pollock? Pero claro, en Pollock siempre queda al final patente el dinamismo del brochazo, mientras que en la imagen de Pedersen hay una ligereza y una gracia que desde ese punto de vista desentonan. Mientras que Pollock arremete con violencia nuestra retina, tenemos la sensación de que esta fotografía flota, de que en cualquier momento, a una orden del líder de la bandada, ésta podría dispersarse y venir a fundirse la foto en un gris incierto, en una mañana de cielos árticos. Y todo además sin ruido, sin olores, sin frío, de manera aséptica, desde una pantalla como ésta, silenciosamente, mientras los araos se alejan.


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