«Haremos lo que tengamos que hacer» es una afirmación tautológica, carente de contenido propio, con la que se pretende recabar la confianza, o más bien la fe ciega, de quienes la escuchan. Estamos ante una afirmación muy propia en un cirujano, pero bastante preocupante en boca de un dirigente gris. Supongo que querrá este hacerla pasar por enigmática, pero la afirmación solo parece sostenible si, además de la acción, se vislumbra una solución a la situación enfrentada. Si no se vislumbra ninguna, deberemos considerarla una afirmación desesperada, destinada a obtener el contrastado apoyo del que anda falto quien de esa manera afirma. Tenemos, pues, en esa afirmación dos factores difíciles de evaluar, como son la confianza del oyente y la necesidad de la acción. Ambos dan al enigma un contorno impreciso y anuncian una evolución de los acontecimientos imprevisible, con la única garantía personal de quien, tras enunciarlo con carácter preventivo, se siente después autorizado a desencadenar la acción de la que surgirá la solución. En tiempos en que la predicción aparece ante todos como un instrumento indispensable para hacer transparente nuestro futuro, sorprenden afirmaciones como ésta, destinadas por un dirigente gris a crearse márgenes de opacidad y a habilitar zonas oscuras, seguramente para desenvolverse mejoren el ejercicio de sus turbias funciones. No se trata sólo de que se nos hurte la posibilidad de reaccionar a su encubierta acción, sino de que esa acción tenga que ser necesariamente secreta, como si tan monstruoso fuera el dispositivo que está presto a ser disparado. Personalmente no me gustan esta clase de juegos, no puedo conceder carta blanca a la entrada en juego de la maquinaria administrativa y policial, bien conocida por sus sesgos autoritarios y su acreditada ceguera. Vuelvo para acabar a los dos factores que antes citaba, para los cuales tengo dos objeciones bien serias: ni tengo suficiente confianza, por no decir que ninguna, en el sujeto que se pronuncia de ese modo ni veo necesaria la acción que en su pronunciamiento implícitamente se anuncia. Como de esa ocultación puede derivarse todo, queda campo libre para que se ponga en marcha mi imaginación. Y algo me dice que el descalabro provocado por la funesta maquinaria puede ser de tal magnitud que más tarde resulte difícil de entender la importancia que tenía todo lo que con esa acción «absolutamente necesaria» se pretendía preservar.
martes, 10 de octubre de 2017
El enigma de la acción necesaria
«Haremos lo que tengamos que hacer» es una afirmación tautológica, carente de contenido propio, con la que se pretende recabar la confianza, o más bien la fe ciega, de quienes la escuchan. Estamos ante una afirmación muy propia en un cirujano, pero bastante preocupante en boca de un dirigente gris. Supongo que querrá este hacerla pasar por enigmática, pero la afirmación solo parece sostenible si, además de la acción, se vislumbra una solución a la situación enfrentada. Si no se vislumbra ninguna, deberemos considerarla una afirmación desesperada, destinada a obtener el contrastado apoyo del que anda falto quien de esa manera afirma. Tenemos, pues, en esa afirmación dos factores difíciles de evaluar, como son la confianza del oyente y la necesidad de la acción. Ambos dan al enigma un contorno impreciso y anuncian una evolución de los acontecimientos imprevisible, con la única garantía personal de quien, tras enunciarlo con carácter preventivo, se siente después autorizado a desencadenar la acción de la que surgirá la solución. En tiempos en que la predicción aparece ante todos como un instrumento indispensable para hacer transparente nuestro futuro, sorprenden afirmaciones como ésta, destinadas por un dirigente gris a crearse márgenes de opacidad y a habilitar zonas oscuras, seguramente para desenvolverse mejoren el ejercicio de sus turbias funciones. No se trata sólo de que se nos hurte la posibilidad de reaccionar a su encubierta acción, sino de que esa acción tenga que ser necesariamente secreta, como si tan monstruoso fuera el dispositivo que está presto a ser disparado. Personalmente no me gustan esta clase de juegos, no puedo conceder carta blanca a la entrada en juego de la maquinaria administrativa y policial, bien conocida por sus sesgos autoritarios y su acreditada ceguera. Vuelvo para acabar a los dos factores que antes citaba, para los cuales tengo dos objeciones bien serias: ni tengo suficiente confianza, por no decir que ninguna, en el sujeto que se pronuncia de ese modo ni veo necesaria la acción que en su pronunciamiento implícitamente se anuncia. Como de esa ocultación puede derivarse todo, queda campo libre para que se ponga en marcha mi imaginación. Y algo me dice que el descalabro provocado por la funesta maquinaria puede ser de tal magnitud que más tarde resulte difícil de entender la importancia que tenía todo lo que con esa acción «absolutamente necesaria» se pretendía preservar.
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