No es que la gente haya dejado de mirar hacia arriba. Se sigue llevando lo de alzar los ojos hacia lo alto en espera de algo insólito y venturoso. Quien así nos vea podrá pensar que nos interesan las torres, los rascacielos, las montañas... o las chimeneas. Pero manteniéndose a esa altura todo lo que uno llega a ver es estética pasajera. Y lo cierto es que tampoco levantando un poco más la vista uno arregla las cosas. Puede que su ambición le anime a explorar las nubes, irrumpir en los cielos y hasta hacerse notar en la alturas en un ejercicio de vanidad recrecida, en un afán de centrar su universo. Sin embargo, no tardará en comprobar que nada sucede y entonces es cuando se preguntará qué es lo que espera. No se nos puede reprochar que tengamos ilusiones, porque nos hemos hartado de consumir imágenes donde aquello es el escenario por excelencia. ¿Qué podemos esperar, por tanto? Cualquiera puede aspirar a que su cielo tenga más animación, más acción, con trifulcas y juicios, con galopadas y apariciones, con ese tipo de cosas. Los chapados a la antigua, por ejemplo, esperarán ver en él cómo surcan el aire, llegando desde lejos y en regular formación, los ejércitos celestiales. Ya pueden esperar, les dicen sus hijos y nietos, la gente del aquí y ahora. No es que estos no miren hacia arriba, ya digo. Lo que pasa es que estos han crecido entre historietas y pantallas, y la Biblia les dice poco. Lo que ellos esperan, en lo que de verdad confían, es que venga a llenar el escenario, desde algún agujero negro y montado en un meteoro, alguien como Superman, Batman o cualquiera de los héroes de las variopintas huestes de Marvel y su legión de implacables dibujantes.
miércoles, 27 de septiembre de 2017
Lo que oculta el cielo
No es que la gente haya dejado de mirar hacia arriba. Se sigue llevando lo de alzar los ojos hacia lo alto en espera de algo insólito y venturoso. Quien así nos vea podrá pensar que nos interesan las torres, los rascacielos, las montañas... o las chimeneas. Pero manteniéndose a esa altura todo lo que uno llega a ver es estética pasajera. Y lo cierto es que tampoco levantando un poco más la vista uno arregla las cosas. Puede que su ambición le anime a explorar las nubes, irrumpir en los cielos y hasta hacerse notar en la alturas en un ejercicio de vanidad recrecida, en un afán de centrar su universo. Sin embargo, no tardará en comprobar que nada sucede y entonces es cuando se preguntará qué es lo que espera. No se nos puede reprochar que tengamos ilusiones, porque nos hemos hartado de consumir imágenes donde aquello es el escenario por excelencia. ¿Qué podemos esperar, por tanto? Cualquiera puede aspirar a que su cielo tenga más animación, más acción, con trifulcas y juicios, con galopadas y apariciones, con ese tipo de cosas. Los chapados a la antigua, por ejemplo, esperarán ver en él cómo surcan el aire, llegando desde lejos y en regular formación, los ejércitos celestiales. Ya pueden esperar, les dicen sus hijos y nietos, la gente del aquí y ahora. No es que estos no miren hacia arriba, ya digo. Lo que pasa es que estos han crecido entre historietas y pantallas, y la Biblia les dice poco. Lo que ellos esperan, en lo que de verdad confían, es que venga a llenar el escenario, desde algún agujero negro y montado en un meteoro, alguien como Superman, Batman o cualquiera de los héroes de las variopintas huestes de Marvel y su legión de implacables dibujantes.
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