jueves, 21 de septiembre de 2017

El ocaso filosófico


Ha caído sin demasiado estrépito social el último bastión de las humanidades en la enseñanza secundaria, la Filosofía. Uno ya intuía que las cosas no iban demasiado bien para sus intereses en un mundo donde las humanidades se iban viendo obligadas a competir con intereses mucho mas poderosos. El primer síntoma que me llenó de extrañeza fue ver en una librería los Diálogos de Platón y El capital de Marx en estanterías bajo el rótulo de Sociología. La propuesta no es un desliz, más bien plantea un deslizamiento peligroso, con el que se apunta a que los avances críticos acerca de la evolución de nuestra sociedad deben ser refrendados por resultados estadísticos. Otro síntoma fue el uso, hoy ampliamente extendido, de la expresión «ciencias humanas» para hablar de las humanidades, da igual que nos refiramos a Sócrates, Hobbes o Montesquieu. El cambio puede parecer inocente, pero no lo es. Lo de escudar esos estudios tras la categoría de ciencia tiene mucho de aberrante complejo de inferioridad, de inocente homologación acrítica, de absurda inutilidad asumida. Con esa decisión de suprimir la filosofía parece que se nos intenta hacer creer que sólo merece la pena estudiarse lo que tiene un sesgo científico, lo que anuncia un beneficio comprobable.

Asistidos por este tipo de criterios, no es tan raro que la filosofía se haya ido al garete. Campea por encima de todos los demás criterios uno capital, que, pasado a limpio, viene a decir que el esfuerzo del estudio sólo sirve para obtener formación e insertarse laboralmente en una sociedad productiva, no para dar respuesta a las dudas y preguntas que pueda suscitar esa sociedad. Lo terrible del caso es que el vacío dejado por ese estímulo, que llegaba de una materia escolar como la Filosofía, al estudio crítico de la sociedad, del mundo, de la historia y de todo aquello que forma parte de las humanidades, va a ser ocupado por los dogmas radicales esparcidos por los numerosos abanderados de las fes más ciegas. Esta gente ya empieza a asomar sus barbas en el mundo científico, pontificando con su doctrina e imponiendo sus patrones, bíblicos o coránicos, por aquí y allá. Sin el concurso de los filósofos y librepensadores a la ciencia le espera un asedio que puede ser fatal. Si para la gente es preferible creer a pensar, la filosofía empieza a estar de sobra.

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