lunes, 11 de septiembre de 2017

¿Es el futuro analizable?


La fe en la estricta legalidad que emana de los profundos análisis científicos de la situación que hoy vivimos, digámoslo de este modo tan perifrástico, nos hace volver el rostro con cierta comodidad y suficiencia ante lo que está por venir. A falta de inquietud, se nos ve serenos y tontamente resignados a dar nuestra cordial bienvenida como observadores al destino. Decimos ser plenamente conscientes de que ninguna figura nos lo impone sino que son únicamente los números los que lo traen. A veces parece que vivimos porque así nos lo asegura la ciencia y que intrigamos sobre nuestra libertad mientras arrastramos y escuchamos, como intrigados analistas, el indescifrable tintineo de la cadena natural. Sin embargo, mirando al pasado, comprobamos que el análisis y la interpretación de los ciclos no da para firmes certezas.

Cómo es posible, pues, que adelantar y vender como cierto uno de los futuros posibles le permita a uno cobrar pronto reconocimiento, cuando su predicción ni siquiera va acompañada después por un éxito indiscutible. Pero claro, quién necesita éxito cuando la sabiduría ya se le reconoce y las líneas esbozadas sobre el papel resultan absolutamente merecedoras de respeto, además de bien pagadas. Atrás quedaron los tiempos en que los augures funestos eran destripados sobre el ara igual que aquellas aves donde decían vislumbrar cercanos acontecimientos. Así que hoy mismo no hay oficio con mejor y más claro futuro que el de saber ofrecerlo. Y si es personalizado, a petición y gusto del solicitante, tanto mejor. Lógicamente ya no hablo de augures sino de dictámenes e informes de gabinetes poblados por gente muy sesuda, cuya razón social está inscrita, como si de un mandato divino se tratara, en las severas tablas de la ley económica. La función de sus análisis tiene también algo de mosaica. Quizá no acierten a desvelar los rigores o las alegrías que están próximos, pero lo que es casi seguro es que llevarán un momento de sosiego a una ferviente y siempre ansiosa audiencia.

Ahora bien, conviene tener presente que la ansiedad se extiende mucho más allá de esa audiencia. En el fondo, hay que reconocer que son pocos los que pueden seguir bien el trazado geométrico de unos análisis que sobrevuelan derroteros tan inciertos. De hecho los anuncios que se le envían a la gente común no suelen quedar claramente dibujados en su realidad. Es bastante natural, por tanto, que muchos prefieran ver esos análisis traducidos en imágenes y servidos a través de historias en forma de utopías gozosas, de distopías científicas, de apocalipsis fulminantes y de delirios desternillantes. Al final, cualquiera de estos relatos morales, con los que se incorpora y ofrece a los más afamados profetas una dignísima actuación, será asimilado por el público mucho más fácilmente y pagado sin inconveniente, con religiosa generosidad.

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