Cada cual es libre de hacer a su manera el ridículo. Yo, por mi parte, he tenido y sigo teniendo a ciertos árboles como de la familia. Tras su partida, casi siempre forzosa, no he podido reprimir mi desconsuelo ni evitar traerlos al recuerdo al contemplar el espacio que ocupaban. A menos que el lugar en que arraigaban acabe completamente desfigurado o cubierto por alguna construcción, siempre me agrada acercarme al lugar en que se asentaban e incluso pisar el territorio que les pertenecía. Es un modo sencillo de rendirles homenaje. Una vez allí, las sensaciones surgen espontáneamente. A veces siento cernirse sobre mi cabeza la frondosa sombra que proyectaban, otras veces siento a través de mis piernas el vago pálpito de una tierra que sin ellos se ha quedado muda. Tampoco me resulta extraño hablar con ellos. Y no me refiero sólo a esas criaturas que encontraron acomodo en algún parque o jardín, hablo también de los que ya conocía de nuestros paseos por el bosque y que un día encontré en el suelo luego de ser derribados por la tempestad o por el rayo.
Pues bien, hace unos días arrancaron alevosamente, sin ninguna necesidad, uno que había muy cerca de mi casa. Era un arce rojo precioso que había visto crecer desde que nos instalamos en ella. Yo esperaba con ansiedad a que brotaran sus hojas tiernas y amarillas en primavera y en otoño permanecía extasiado cuando el árbol mostraba en rojo toda su belleza. Paso ahora por allí, junto al terreno hoy invadido por las máquinas, y no consigo que mi mente lo recuerde y lo ponga en pie de nuevo. Tengo algunas fotos, un par de hojas secas y hasta algún escrito con los que seguramente mi mente podría recrearlo. Pero no se trata de volver a verlo sino de captar el oscuro silencio que envuelve ese espacio, ahora alborotado por el ruido de las excavadoras. Y eso ahora mismo es absolutamente imposible. Confío en que pronto se vayan con su música a otra parte y pueda acercarme tranquilamente allí. Si fuera posible, me gustaría además encontrar el justo lugar en el que estuvo para después extender desde ese punto mis brazos, girar cerrando los ojos y poder imaginarme uno con él vibrando frente al aire y la luz como si renaciera el árbol.
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