lunes, 18 de septiembre de 2017

Autoadoctrinamiento


A veces los periódicos crean nuevos conceptos. Puede parecer sorprendente, pero es así. Otra cosa es que sean inteligibles sin la astuta asistencia de sus consejeros editoriales o sin contar con apoyo en la columna de opinión de alguno de sus comentaristas. Al fin y al cabo, son ellos quienes pueden dar cumplida cuenta de lo que han querido decir o directamente pasar nota con la definición de esa nueva voz a la Academia para su pronta incorporación al diccionario.

Bueno, pues el caso es que leo hoy en un rotativo de la capital —no me gusta señalar al pecador, porque siempre espero su contrición— el siguiente titular: «Detenido en .. un yihadista por autoadoctrinamiento». A ver, no se trata aquí de determinar la oportunidad de la operación policial ni la condición yihadista del sujeto. Compete a los jueces determinarlo, aunque la acusación tal como viene me parece aventurada. Me refiero evidentemente a lo de autoadoctrinamiento. Para quienes hemos sido adoctrinados por el clero nativo —no muy sabiamente, pero a conciencia— esta posibilidad de montárselo por uno mismo no deja de ser razonable. En realidad, no está muy lejos de lo que a muchos nos ha tocado hacer al apartarnos de la doctrina oficial. Es verdad que ha habido quienes han optado en esa situación por abrazar con firmeza una doctrina alternativa para aprovechar el molde que dejó vacío la anterior. Pero tampoco somos pocos los que hemos ido buscando amarres ideológicos para levantarnos una doctrina propia, o digamos, en atención a ese invento de la prensa, para autoadoctrinarnos.

Esta actividad es, por tanto, bien conocida por muchos de los que se vienen separando del recto sendero de la pensamiento normal, si es que hay tal. Me atrevo incluso a afirmar que está en el origen de la mentalidad moderna, del librepensamiento. Qué otra cosa podría ser autoadoctrinarse que aplicarse y ajustarse a la doctrina que uno libremente se ha ido creando a base de tiempo y esfuerzo. A menos que entiendan por autoadoctrinarse el servirse de una pantalla para confirmar con una doctrina más o menos sólida la oportunidad de dar rienda suelta al desmadre, tras obtener respaldo para lanzarse al desvarío o para hacerse notar como ángel exterminador. Sin embargo, en rigor, no puede tomarse a ese espectador apantallado por un creador de doctrina sino por el receptor de un instrumento de combate. Con él intentará probablemente responder ante el mundo entero según la doctrina inculcada en pantalla y abundar en el propósito de extenderla mediante la intimidación. Si tomar a estos apóstoles teledirigidos por portadores de una doctrina propia es simplemente una tontería, entender como un delito el autoadoctrinamiento, tomando como referencia este caso, es un craso error, un error que también puede llegar a ser peligroso para todos.

Aconsejaría a los redactores, por mucho que crean conocer el oficio, que no jueguen demasiado con las palabras, porque cuando ven por primera vez la luz tienden a ser ambiguas y de doble filo. Y en este caso del autoadoctrinamiento, más allá de dejar a los autores del invento en ridículo, se apunta un sesgo en su tácita interpretación que abre nuevas y escabrosas vías para que cualquier juez obtuso (y abunda la especie) intervenga sobre quienes libremente se forman y autoadoctrinan, tomando ingredientes intelectuales de aquí de allá, sin molestar a nadie y siempre en su propio jugo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario