De la cartelería empleada en el último Zinemaldi de Donostia me ha llamado especialmente la atención el cartel que muestro aquí arriba, obra original de Erick Ginard, un ilustrador cubano afincado en México. El trabajo, que lleva por título Incógnito, me parece francamente sobresaliente. De hecho, que entre los demás sobresale es algo perfectamente constatable, pues no hay más que revisar los restantes carteles del Festival, en sus diversas secciones, para reconocer los méritos de éste.
Dicho cartel ha servido para anunciar la sección Nuevos directores. Si no ha llegado ahí por iniciativa del propio ilustrador al postularse, creo que quien lo ha elegido para publicitar la sección ha estado bastante acertado. Lo digo porque hay en esa imagen, por si no bastara con lo apuntado en el título Incógnito, un interesante intento de reflejar cómo surge y se proyecta lo desconocido. En una línea más convencional, podría haberse optado por mostrar la inminente presencia de lo que aún desconocemos de una forma más opaca, quizá a través de algún símbolo, o mediante alguna intriga o referencia más o menos literaria. Lo que tiene de interesante, sin embargo, la fórmula aquí empleada es que se trata de una fórmula fundamentalmente visual. Recurre para ello el autor a un anónimo rostro que viene a tomar posición y figura en un busto visible, aunque sin llegar a desvelarse. No estamos, por tanto, en el clásico juego lógico entre lo conocido y lo desconocido, sino en uno mucho más equívoco, entre lo que puede llegar a ser y lo que se va haciendo evidente. Alguien podría pensar que esa doble apelación a factores abstractos y neutros desfigura al hombre, al director en este caso, como pivote principal del cartel. Pero quien ve a continuación la imagen completa, un busto humano en definitiva, difícilmente puede llegar a aceptar semejante objeción.
Respecto a lo de las referencias simbólicas o literarias, tampoco puede sostenerse que carezca de reminiscencias en esa dirección. Al fin y al cabo estamos ante un cartel, un medio de expresión, una obra perteneciente por tanto a una larga tradición cultural. No es extraño que reconozcamos a primera vista una influencia clásica, griega más exactamente, y de un modo más sutil seguramente otra oriental. No es cuestión de esgrimir cánones cuando uno inmediatamente evoca en esos cabellos ensortijados la testa del David de Miguel Angel. Y también hay algo de apolíneo en ese remate ovalado del mentón que asienta el gesto y es una seña de carácter sobre el desvaído busto. Lo que se cierne, avalado por esos detalles formales, es una promesa de renovación. Algo que conviene especialmente a quienes se tratan de presentarse como intérpretes de un nuevo mundo a través de su arte. No olvidemos que en cualquier arte la expresión es todo: esto vale para el cine y vale también aquí para el arte de la ilustración. Y si hablamos de expresión, mirando a este cartel es probable que sepamos reconocer cierta inspiración caligráfica. Cierto que esa caligrafía no está del todo en línea con la tradición que reflejan las formas, ciertamente occidental. El trazo con grueso pincel parece revelar un estilo diferente, un grafismo de origen oriental. En la medida en que todo grafo esconde una firma, el resultado sería una afortunada síntesis, y consecuentemente un símbolo, de quienes buscan con su obra un nuevo y personal modo de expresarse. Todo esto no hace sino resaltar el acierto principal de quienes nos han propuesto el cartel (el autor por delante y el programador quizá), y ese acierto ha consistido en haber sabido aunar felizmente el destino al que se ha dedicado con su expresión formal.
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