lunes, 13 de octubre de 2014

La réplica inesperada



Art Buff, Banksy, Folkestone, Kent (2014). Foto: Gareth Fuller/PA
La columna con el pene está dibujada sobre la lámina plástica.
El caso Bansky dice mucho sobre nuestra actual concepción y aceptación del arte como fenómeno social. Ese fenómeno ha tenido a lo largo de la historia distintas estimaciones que sería largo considerar. En el caso que nos ocupa, al menos en sus inicios, se daban dos hechos singulares: por un lado estaría la voluntad del autor, Bansky, de mantenerse en el anonimato y por otro su renuncia a cualquier beneficio económico y a entrar en el circuito comercial. No obstante, el sistema cultural ha demostrado los suficientes reflejos como para ver que cuando el fenómeno se difunde más allá de lo previsto, tenga o no relieve artístico, es de tontos no darle la vuelta a la situación. Y aquí darle la vuelta a la situación ha significado hacerse eco de su popularidad y seguidamente concederle protección institucional, suponemos que a la espera de los beneficios económicos derivados de los paseos turísticos ante sus murales. Este aprovechamiento gratuito de la espontaneidad, esta congelación de la fugacidad, de lo que se plasma con nocturnidad sobre un muro callejero es una buena muestra de la flexibilidad del canon artístico en las instituciones. Será arte protegible en tanto rinda frutos. Esos frutos han quedado más que demostrados tras la extracción, exportación y subasta de algunas de las obras de Bansky en los últimos meses, creo que en Miami. Y nada hace tanto por elevar el interés, y el precio, como las disputas a la luz pública. El celo por mantener bajo control el valor añadido por Bansky a barrios marginados ha conducido a situaciones paradójicas. Digamos que resulta chocante ver una parte de un muro callejero protegida por una lámina de plástico en una declaración tácita de que su contenido debe ser tenido por un bien cultural que goza de protección oficial. Evidentemente es una actitud oportunista y algo cínica de las administraciones, sobre todo tras quedar en evidencia con ocasión del último episodio de la ya larga saga Bansky. El caso es que el espontáneo, anónimo y celebrado autor original, llamémosle Bansky1, ha visto su mural vandalizado, según las autoridades, por un no menos espontáneo y anónimo, aunque no tan celebrado replicante, digamos Bansky2. El fruto de ese diálogo visual es la obra artística en su estado actual. Un estado que bien podría evolucionar hacia un intercambio de golpes visuales que otorgaría al mural, y a la concepción plástica que acoge, una sorprendente vivacidad. Esto en teoría, porque realmente ambos artistas dialogan desde ambos lados del plástico, el uno protegido y sobre el muro y el otro sobre la lámina, como un intruso, como un saboteador, como un furtivo, como un Bansky sobre el Bansky original. La autoridad ha dictado que hay que hacer valer la protección de Bansky1 y que mientras este último espontáneo, esto es Bansky2, no acredite beneficios no merece el respeto oficial. Así que han decidido borrarlo hasta dejar impoluta la obra original. Me pregunto qué sucedería si ahora Bansky1 declarara, a través de su concurrido sitio en la red, que la réplica es propia y que completa el proyecto inicial y que no tuvo tiempo de acabarlo y que se la bufa la protección de plástico y que se declara ahora autovándalo y que se lo pueden llevar todo a una galería para que sea arte, puesto que de ese modo seguro que algún día lo podrán subastar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario