Reconocemos fácilmente el arrebatado estilo de Yeats en uno de sus mejores poemas, justo aquel que dice:
Girando y girando en el creciente círculo
El halcón no puede oír al halconero;
Todo se deshace; el centro no puede sostenerse;
Mera anarquía es desatada sobre el mundo,
La oscurecida marea de sangre es desatada, y en todas partes
La ceremonia de la inocencia es ahogada;
Los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores
Están llenos de apasionada intensidad.
Seguramente alguna revelación está cerca;
Seguramente la Segunda Venida está cerca.
¡La Segunda Venida! Apenas pronunciadas esas palabras
Cuando una vasta imagen del Spiritus Mundi
Inquietó mi vista: en algún lugar en las arenas del desierto
Una forma con cuerpo de león y cabeza de hombre,
Una mirada vacía y despiadada como el sol,
Mueve sus pausados muslos, mientras por doquier
Circundan las sombras de las indignadas aves del desierto.
La oscuridad cae de nuevo; pero ahora sé
Que veinte siglos de un pétreo sueño
Fueron contrariados hasta la pesadilla por el mecer de una cuna,
¿Y qué tosca bestia, cuya hora llega al final,
Cabizbaja camina hacia Belén para nacer?
The Second Coming (W.B. Yeats, 1919), versión de Juan Carlos Villavicencio en Revista Descontexto
Se trata efectivamente de La Segunda Venida. Como es notorio, el poema arranca con un diagnóstico algo sombrío para luego, al entrar en la segunda estrofa, adoptar un tono entre inquietante y apocalíptico. Pero antes de que ahí llegue el tremendo torrente de imágenes, destaca por encima de todo una cruda verdad con la que Yeats nos despoja de cualquier esperanza, una verdad llamada a ensombrecer los momentos y situaciones más críticos:
Los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores están llenos de apasionada intensidad.
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