Eliminar eslabones en una cadena de sucesivas causas y efectos suele ser práctica común entre los lógicos ansiosos. Como consecuencia, las conclusiones pueden acabar resultando más propias de un iluminado que sujetas a algún patrón predictivo. Así por ejemplo, abreviando pasos según ese método puede uno llegar a creer que no es el aire o el alimento sino el dinero lo que insufla en la gente energía. Es verdad que el dinero es capaz de crear industrias como la editorial o la del cine; que gracias a ellas, parece ser, conocemos una amplia variedad de vidas más o menos ejemplares que usamos como referencia para llevar adelante la nuestra; que de esas referencias, y de nuestra proximidad o lejanía a ellas, es de donde nacen nuestras emociones: alegría, miedo, envidia, odio y un largo etcétera; y por último, que hablar de emociones es como referirnos a la parte más íntima y vital de nuestra energía. Encadenando el argumento, parece como si esa energía vital, ya sea euforizante, amenazante o depresiva, dependiera indirectamente de la inversión financiera de partida.
La cadena es, sin embargo, lo bastante larga como para que ese juego de transiciones no siempre evolucione correctamente. Siguiendo eslabón a eslabón la cadena, sólo en el caso de poder especificar funcionalmente cada una de las causas de entrada, a fin de ponerlas en estricta relación con los efectos de salida, tendríamos la oportunidad de saber cuáles serían los cambios emocionales esperables. Apurando hasta el extremo, esto supondría algo parecido a fabricar directamente emociones con ayuda del dinero. Por supuesto esto no debe de hacernos olvidar que también es necesario un plan que aproveche adecuadamente el conocimiento funcional de cada una de las etapas. Visto así, en conjunto, nos encontramos ante un potente instrumento de mediación social, prácticamente ante un sistema de intervención sobre el público, que está en manos de quien maneja el capital. Podría decirse en rigor que mediante el conocimiento inscrito en cada uno de los eslabones se pueden sentar las bases de una auténtica industria emocional.
Pero, ¿es esto realmente así? Para afirmarlo tendríamos que ir analizando cada uno de los medios a través de los cuales se van encadenando las causas con los efectos. Sin embargo, no parece que este mecanismo causal sea el más apropiado para estudiar el funcionamiento de los medios de comunicación de masas. Y hablo de ellos porque son los que sirven de vehículo multiplicador de los efectos emocionales. El reto consiste en ver si somos capaces de identificar ahí los eslabones y de especificar con precisión qué clase de función desempeña cada uno de ellos. No entraré en mayores detalles, pero es evidente que sólo entrando, por ejemplo, a tipificar géneros literarios, formatos audiovisuales, fórmulas de producción y otros aspectos similares se puede calibrar hasta qué punto esos medios funcionan conjuntamente como una industria fabricante de emociones tanto individuales como colectivas.
Seguramente es fácil encontrar el medio de invertir dinero y que se produzcan emociones a borbotones, pero no parece tan sencillo afinar en ese proceso de manera que obtengamos justo las que en cada caso deseamos. Por el momento parece que la industria, aunque generalmente rentable, ofrece resultados demasiado rudimentarios. Será por eso por lo que por mucho presupuesto que se invierta en los proyectos emotivos todavía se obtienen, junto a algunos éxitos, abundantes fracasos y, lo mejor de todo, inesperadas sorpresas.
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