domingo, 12 de octubre de 2014

Citas creativas


De una cita literaria es absurdo hacer un mundo, y menos pasar a tenerlo por propio. Quienes actúan con esa desmesurada pretensión creen haber encontrado por fin la famosa palanca de Arquímedes, aquella con la que además de poner el mundo entero en movimiento éste quedaría a su arbitrio. No desmerecerá en su valor la palabra escrita, y tampoco la cita en cuestión, por asignarle un papel un poco más modesto. Pero es difícil que quien escribe se resigne a la triste condición de subalterno. «Mencionando a X, Y llegó a decir Z, cuando X realmente sólo había dicho A». La gran distancia que media entre la A y la Z nunca será visible sin la cita expresa de A junto a Z. Sin embargo, esa es una condición que por necesaria no llega a ser suficiente para conceder a Y los honores que pueda ostentar X. Esto no deja de ser un abuso que desgraciadamente se da a menudo. Porque una cosa es incorporarse a una corriente de opinión, a través de una cita, y otra considerarse la fuente y como tal el principio creador de la misma.

Bueno, pues si con una no basta, se dice el citador, que sean dos, o tres, o cuatro citas, y así sucesivamente hasta que ese maniático lector, que todo lo supervisa y sopesa, se rinda y me conceda patente de creador. Este es otro planteamiento, también pretencioso, pero que merece, no obstante, otra consideración. De por medio estaría como cuestión principal si alguien que escribe citando puede ser considerado creador. Conviene no olvidar que en un mundo que se desvive por la novedad esa etiqueta de creador concede crédito casi gratuito y, por otro lado, que quien en él tiene crédito gana ascendencia sobre el resto, y digo ascendencia porque llamarlo poder quizá resultaría excesivo. De ahí a suponer que la novedad es la seña inequívoca con que se presenta el creador media un trecho importante. En realidad es tan absurdo como lo de partir de una cita para montar un mundo. Novedad sólo puede ser algo de lo que no encontramos su igual, sin que eso le conceda mayor utilidad o mejor prestancia. Es cuando empezamos a compararlo con lo conocido cuando lo nuevo adquiere algún relieve e interés. Es ahí donde entrarían en juego las citas. Por ejemplo, una serie de citas puede avalar un argumento propio o conceder un inesperado peso y autoridad a lo que uno ha propuesto. Ya sea porque lo corroboran con otras palabras o porque ponen de relieve un nuevo enfoque.

Hoy este asunto se ha complicado enormemente porque muchos de los que escriben en los medios de comunicación se atribuyen la dudosa honra de ser creadores, creadores de opinión. Parece como si la opinión del resto, por permanecer callada, no les mereciera excesivo respeto, creyéndonos a la espera de que ellos como curtidos parteros saquen de nuestras entrañas lo mejor. En este caso, al igual que en el caso del que cita, por no hablar del que cita sin declararlo, estamos lejos de asistir a una creación. Hablemos de inducción, de persuasión o de engaño para entender lo peligroso que puede ser sentir reflejada en palabras ajenas la propia opinión. El peligro reside en que ese reflejo reproduce nuestras ideas mediante una imagen que aunque sea poco o nada fiel al original resulta, por mor del oficio, mucho más aseada y digna de ver. Esto hace que con frecuencia la utilicemos como carta de presentación, como cita de urgencia o como instrumento defensivo en una discusión. Es verdad que de ese modo no exponemos nuestras ideas sino las de ese escritor, al que acogemos como pensador de gabinete. Son ideas que encuentran mullida cama en las nuestras para después ser puestas como propias en circulación. Si luego quedamos al descubierto y sin opinión, no deberíamos quejarnos. Por eso es muy recomendable, en este punto de citar o asumir opiniones, saber con quién se acuesta uno, haya o no consumación.


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