martes, 9 de septiembre de 2014

El viaje hacia lo nuevo


Probablemente la ansiedad por lo nuevo es la única clase de desasosiego que el tiempo cura. Eso no significa que quien va sanando de ese mal esté con ello optando por lo viejo y pasado o por una monótona continuidad de las cosas, y mucho menos que esté renunciando a su futuro. A lo que en ningún caso renuncia es a su mundo, al cual con el paso de los años tiende a convertir en una especie de compostura propia, que le sirve para presentarse y a la vez protegerse, que le ofrece un modo de preservar identidad y privacidad. Hay también para el refractario a las novedades efectos menos positivos y quizá sea el más notable que el mundo entero empieza a ser visto de tal forma que todas las referencias de lo que sucede concluyen en su pequeño mundo. Es como si propiciara una transacción especulativa que posterga la observación directa a beneficio de la referencia más o menos acreditada. Copado a través de esas referencias «fiables», el mundo entero pasa a tener un tinte propio, pasa a ser de algún modo «suyo». Pero más que un modo de distorsionar el mundo, haciéndolo cercano o lejano, el nuevo método busca enfocar lo que personalmente en él se estima importante. Aun así, es imposible negar que, a consecuencia de la renuncia a lo nuevo, aparecen con frecuencia resabios posesivos que desvirtúan el verdadero conocimiento del mundo. Lo que no creo es que eso conlleve necesariamente un desmedido apego por lo que ya se tiene como propio. Es más bien la disposición estable y la comodidad de acceso a las cosas que se entienden necesarias lo que prima, aun a sabiendas de que eso supone una merma radical del radio de acción, particularmente en comparación con el de quienes consumen a diario novedades. No digo que la aversión a lo nuevo no pueda degenerar en apego posesivo, como en quienes ceden a la pulsión coleccionista, creo más bien que normalmente los mundos privativos, surgidos al distanciarse el sujeto en el espacio y el tiempo, buscan cierta esencialidad, y también por qué no decirlo tranquilidad, e intentan establecerlo sobre mínimos universales, valores que le animan a una vida sencilla.

Un buen ejemplo de esos mundos privativos nos lo ofrece el latino Claudiano en su encendida loa de aquel anciano veronés que nunca había salido su finca en las afueras de la ciudad. Destaquemos en el epigrama, más que su inicio, Feliz quien pasó sus días en sus campos, su final, allí donde Claudiano deja claro su desdén por los mundos que al viajero se le abren en lejanas tierras.
      Que vague errante y escrute los confines íberos
      más vida tiene éste, más camino por delante aquel.

Quede claro que éste sería el anciano y aquel el errabundo. Y ya que estamos en Claudiano, repasemos la versión que de este mismo epigrama hace Quevedo en su soneto A un amigo que, retirado de la Corte, pasó su edad. Para calibrar los matices que nos interesan podría bastarnos con los versos primero y último.
      Dichoso tú que, alegre en tu cabaña,
      ...
      [más] te dilatas cuanto más te estrechas.


Como vemos, aunque el verso inicial es muy similar, el final resulta mucho más conciso y concluyente. Quevedo desplaza aquí el acento desde el viaje, que Claudiano había convertido en paradigma del mundo exterior, para centrarse en el mundo personal. La física de lo desconocido cede su relevo a la conciencia de los límites. Y así, a medida que uno extraña al mundo, crea uno propio que se le va ciñendo como un segundo traje, o en el peor de los casos como una incómoda prótesis. En ese marco la novedad deja de tener un efecto regenerador y nadie espera además que, empujada por los vientos de siempre, le regale a quien la recibe un futuro despejado, tanto menos cuando no está interesado en ella. La situación es, pues, bien distinta de la de quien contempla el mundo que se extiende más allá de su campanario, desde lo alto de la veleta, como un espléndido dominio de posibilidades. La novedad tiene algo de capricho gratuito que espanta a ciertas economías mentales, que se creen sólidamente instaladas. Pero no son esas economías y esas conciencias, recrecidas con la edad, las únicas en rehuirla. El que vive aislado, a veces por decisión propia, sabe que su ámbito de exploración no está en el espacio sino en el tiempo. Su búsqueda es un obligado ejercicio de síntesis de lo que el pasado ha dejado abandonado. Las palabras aprovechamiento y sencillez, derivadas naturales de esa búsqueda, cuadran bien con la aventura personal emprendida por Thoreau, retirado en su cabaña de la laguna de Walden. No debería resultarnos extraño que para enaltecer esa exploración «a solas del mar privado» con la que concluye la crónica de su estancia recurra también a los versos finales del epigrama de Claudiano.
      Que vayan y escruten a los extraños australianos
      Yo tengo más Dios, ellos más camino


Con esta nueva versión Thoreau decide dar la sorpresa. Para ello desfigura prácticamente la cita, no tanto por personalizarla poniéndose en el lugar del anciano veronés ni por actualizarla con los exóticos australianos, sino por reorientar ese mundo interior en dirección a la fe. Sin duda la fe es un activo poderoso en una situación en la que uno se enfrenta directamente a la naturaleza y revive el pánico primitivo. Sin embargo, la renuncia a la novedad se aparta aquí bastante de aquel intento de progresiva intermediación en el mundo a través de referencias que nos había parecido característico en quien, pese a mantenerse alejado de lo nuevo, se sabe todavía en su órbita. Una cosa es elegir una naturaleza amable y pródiga como factor distanciador y otra distinta estar dispuesto a enfrentarse a ella. Quizá para lo primero no necesite uno desprenderse de ese segundo traje que tan concienzudamente se ha confeccionado y con el que de vez en cuando se presenta en público como un personaje llegado de «otro mundo». Sin embargo, el que como Thoreau se interna desnudo por el bosque seguramente necesitará de ese recurso último y esperanzador del mito. Y gracias precisamente a esas urgencias puede que llegue a lo primordial y que de ese modo experimente, a diferencia de los que se estancan en su tranquilo huerto a contar nubes, un impulso regenerador que desde luego nada de lo nuevo le ofrecería.


No hay comentarios:

Publicar un comentario