domingo, 12 de enero de 2014

Queda mucho para entenderse


A veces parece como si algunas lecturas, en vez de excitar tu curiosidad y llenarte la cabeza de ideas te la vaciaran a medida que te vas quedando remansado en el silencio, apagado en un estado de enfermiza apatía. Todo esto puede ser entendido como un rechazo de la realidad inmediata, más notorio tras volver de esos viajes por otras realidades, que no por literarias y virtuales dejan de ser sentirse como tales. Por paradójico que parezca, en estas otras realidades uno cree asumir un papel más activo, ya sea como mero observador o en la piel de algún protagonista. Eso hace que al retornar de ese viaje a la monótona rutina uno se sienta en muchos casos como invadido por la realidad cercana y con dificultades para moverse o para intentarlo, como si se desplazara por ella como por un medio resistente y viscoso, como si el rozamiento y la proximidad le resultaran insoportables. Pero no son impedimentos físicos, bien lo sabe uno, los que le mantienen inmóvil y anulado. Por encima de ese indefinible cansancio, se siente atacado por una malsana incomprensión. A su alrededor todo sigue vivo y reconocible, ahí están todos los que le quieren y apoyan proporcionándole permanente albergue, cálido ambiente y afecto sincero. Igualmente sigue viva su memoria, aunque tan anegada por la confusión y el tedio que más parece un campo yermo en el que cualquier nuevo deseo se malogra. No es de extrañar que se deslice paulatinamente hacia el olvido y abandone por ilusorio y estéril un pasado que apenas le ayuda a explicar lo que le está pasando. Para llegar a ese estado no hace falta emerger en el mundo como un monstruo abrumado por un raro delirio, basta con que una lectura penetrante nos arrebate el sentido de la realidad. A partir de ahí uno empieza a sentirse ajeno, extraño o simplemente inútil y ve cómo germina una maligna y creciente incapacidad para asumirse en su propio mundo. A tal punto llega su perplejidad que prefiere resignarse a los papeles anodinos y eludir cualquier sueño, ante el temor de que ya no haya ni realidad ni ficción que le lleven a la salida. La última sensación es lo más parecido a una pesadilla: No ve probable un mundo exterior, sino que nota cómo un mundo interior, empujado por su memoria resentida, lentamente le devora.

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