Entre las novedades tecnológicas que se anuncian para un futuro próximo estaría la del "uso del cuerpo como contraseña". La expresión resulta algo críptica y abunda en algo que empieza a ser habitual: el uso del lenguaje para proponer interpretaciones virtuales de asuntos tan obvios cuando se toman las palabras por separado que no acertamos a darles nueva explicación conjunta. En concreto, en la expresión en cuestión uno se queda en duda sobre si el problema para su adecuada interpretación puede estar en el "cuerpo", en la "contraseña" o en el encaje conceptual de ambas palabras.
Si partimos de la primera, el conflicto se traslada desde el cuerpo a la identidad personal, porque si no sirve el propio cuerpo para fijar diferencias y establecer nuestra singularidad, no veo que otro medio podemos tener para hacerlo. No deja de ser curioso que a la hora de fijar tecnológicamente nuestro perfil no haya más remedio que recurrir a lo que hace cualquiera de los que nos interpelan: interactuar con nuestro cuerpo, o sea mirar, escuchar, palpar, en fin... En ese aspecto puede que la tecnología sea mucho más insidiosa que nuestros interpelantes y que se fije en nuestros mensajes más estables, en los menos cargados de intención, para concedernos un perfil inequívoco y probablemente digital. Verse retratado de un modo tan canónico tampoco es agradable. No porque vivamos con ánimo de ser o parecer otros ante los demás, que también, sino porque cualquier error tecnológico nos fulminaría como personas inapelablemente para dejar de ser lo que somos.
Junto a este asunto del cuerpo hay otro aún más incómodo, el de la contraseña. Lo primero es preguntarse contra qué o quién debemos señalar quiénes somos, es decir identificarnos. Es verdad que el mundo se complica y hasta es posible que a través de uno de sus canales ponga en circulación copias nuestras. El temor a que nuestras copias actúen como un factor emborronador de nuestra identidad y a que la responsabilidad de nuestros actos deje de ser personal para recaer en toda una clase personal no parece del todo fundado. Seguramente es más sencillo tecnológicamente "marcar" a toda esa clase a fin de dirimir responsabilidades que construir un mecanismo discriminador infalible. Está, por otro lado, la autoridad que frente a nosotros pueda exhibir quien reclama contraseñas.
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