Leyendo a algunos comentaristas de la actualidad, me quedo asombrado por el tono belicista con que se pronuncian. Su deseo no es otro que, en nombre de una turba nostálgica, cerrar la boca, a poder ser manu militari, a una parte importante de sus conciudadanos. Apaciguar es abandonar, proclama un titular, de donde cabría deducir que el objetivo nunca puede ser la paz cuando ya se cuenta con un enemigo bien enfilado. Debe ser mejor recurrir a la disuasión intimidatoria que la fuerza otorga o, por qué no, ir al choque para ganar su sumisión y así poder extirpar con tino quirúrgico el mal de raíz. Es lo bueno que tiene este remedio, que uno se ahorra el tiempo muerto entre conversaciones y consultas y el ingente gasto en bálsamos y medicinas, sobre todo cuando sabe que cuenta con el favor de la espada y que tiene amaestrado el mazo de la justicia. Ninguno de los comentaristas tiene el cuajo de afirmarlo, pero debemos suponer que a esas acciones punitivas les seguirá un consenso general, gracias al cual renacerá la convivencia en su versión más alegre y desenfadada. Y sobre todo prevalecerá el orden, mucho orden, un orden litúrgico, casi funeral. Según su animoso parecer, por razones de fuerza mayor todos estamos obligados a dar un paso al frente, puesto que quienquiera que pretenda discutir hegemonías asentadas e históricas (reconvertidas en democracias para la ocasión) lo que nos está imponiendo es la guerra. Tanto agitan con ese tono su pluma que cualquiera diría que están prontos a ser llamados para actuar con las armas en primera línea y que esa ansia incontenible por sobreponer la fuerza legítima a cualquier otra razón los ennoblece. Pero no. Ya lo tenemos visto. En cuanto llegan las llamaradas, como no saben sostener ni un cubo de agua, estos ardorosos atacantes desaparecen.
sábado, 11 de noviembre de 2017
Mejor las llamas
Leyendo a algunos comentaristas de la actualidad, me quedo asombrado por el tono belicista con que se pronuncian. Su deseo no es otro que, en nombre de una turba nostálgica, cerrar la boca, a poder ser manu militari, a una parte importante de sus conciudadanos. Apaciguar es abandonar, proclama un titular, de donde cabría deducir que el objetivo nunca puede ser la paz cuando ya se cuenta con un enemigo bien enfilado. Debe ser mejor recurrir a la disuasión intimidatoria que la fuerza otorga o, por qué no, ir al choque para ganar su sumisión y así poder extirpar con tino quirúrgico el mal de raíz. Es lo bueno que tiene este remedio, que uno se ahorra el tiempo muerto entre conversaciones y consultas y el ingente gasto en bálsamos y medicinas, sobre todo cuando sabe que cuenta con el favor de la espada y que tiene amaestrado el mazo de la justicia. Ninguno de los comentaristas tiene el cuajo de afirmarlo, pero debemos suponer que a esas acciones punitivas les seguirá un consenso general, gracias al cual renacerá la convivencia en su versión más alegre y desenfadada. Y sobre todo prevalecerá el orden, mucho orden, un orden litúrgico, casi funeral. Según su animoso parecer, por razones de fuerza mayor todos estamos obligados a dar un paso al frente, puesto que quienquiera que pretenda discutir hegemonías asentadas e históricas (reconvertidas en democracias para la ocasión) lo que nos está imponiendo es la guerra. Tanto agitan con ese tono su pluma que cualquiera diría que están prontos a ser llamados para actuar con las armas en primera línea y que esa ansia incontenible por sobreponer la fuerza legítima a cualquier otra razón los ennoblece. Pero no. Ya lo tenemos visto. En cuanto llegan las llamaradas, como no saben sostener ni un cubo de agua, estos ardorosos atacantes desaparecen.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario