Siempre me queda la duda de cómo debería de planear, si desplegando las alas o empleando mi abanico de afiladas plumas. Si digo la verdad, preferiría dejarme llevar por el ensueño, como si viajara a merced del viento y descendiera dibujando círculos por el cielo. Pero no se me permite soñar, todo el mundo me pide que diseñe planes, que mi programa se aferre abiertamente a lo concreto. Siempre digo que, tanto si planeo en el cielo como en la tierra, todo viene a reducirse a un diseño. Aunque no voy a negar que, puestos a planear, de los dos diseños me atrae mucho más el primero, por que sé que, bajo la tutela del viento, el resultado será irrepetible y tan efímero que nadie se atreverá a enjuiciarlo. Sin embargo, en los diseños que se obran en tierra firme, todo acaba por remitir a un plan, algo demasiado trivial para quien se mueve por el aire. No tiene ningún misterio esbozar el plano sobre el que actuarás, cuando tienes todos los caminos a la vista. Aparte de los planes, los planos y los planeos, la gran diferencia está en donde nos movemos, si por arriba o por abajo. En un caso basta con flotar, en el otro hay que explorar. En ambos casos existen sin duda riesgos, pero desde arriba sabes al menos que nadie te impone un objetivo, que planear significa renunciar a la determinación, que planear es extender las alas y, con los ojos bien abiertos, aprender a caer, porque de un modo u otro todo el mundo sabe volar.
sábado, 25 de noviembre de 2017
Planear
Siempre me queda la duda de cómo debería de planear, si desplegando las alas o empleando mi abanico de afiladas plumas. Si digo la verdad, preferiría dejarme llevar por el ensueño, como si viajara a merced del viento y descendiera dibujando círculos por el cielo. Pero no se me permite soñar, todo el mundo me pide que diseñe planes, que mi programa se aferre abiertamente a lo concreto. Siempre digo que, tanto si planeo en el cielo como en la tierra, todo viene a reducirse a un diseño. Aunque no voy a negar que, puestos a planear, de los dos diseños me atrae mucho más el primero, por que sé que, bajo la tutela del viento, el resultado será irrepetible y tan efímero que nadie se atreverá a enjuiciarlo. Sin embargo, en los diseños que se obran en tierra firme, todo acaba por remitir a un plan, algo demasiado trivial para quien se mueve por el aire. No tiene ningún misterio esbozar el plano sobre el que actuarás, cuando tienes todos los caminos a la vista. Aparte de los planes, los planos y los planeos, la gran diferencia está en donde nos movemos, si por arriba o por abajo. En un caso basta con flotar, en el otro hay que explorar. En ambos casos existen sin duda riesgos, pero desde arriba sabes al menos que nadie te impone un objetivo, que planear significa renunciar a la determinación, que planear es extender las alas y, con los ojos bien abiertos, aprender a caer, porque de un modo u otro todo el mundo sabe volar.
lunes, 20 de noviembre de 2017
Mínima 302
Vivir varias vidas una detrás de otra parece ser estimulante, renovador; vivirlas simultáneamente resulta siempre confuso, agotador.
miércoles, 15 de noviembre de 2017
Quizá
Me voy dando cuenta de que cada vez soy más propenso a hacer afirmaciones a la sombra del «quizá». Quizá eso signifique algo. No lo sé bien, o quizá sí, pero en cualquier caso ahí queda la duda.
sábado, 11 de noviembre de 2017
Mejor las llamas
Leyendo a algunos comentaristas de la actualidad, me quedo asombrado por el tono belicista con que se pronuncian. Su deseo no es otro que, en nombre de una turba nostálgica, cerrar la boca, a poder ser manu militari, a una parte importante de sus conciudadanos. Apaciguar es abandonar, proclama un titular, de donde cabría deducir que el objetivo nunca puede ser la paz cuando ya se cuenta con un enemigo bien enfilado. Debe ser mejor recurrir a la disuasión intimidatoria que la fuerza otorga o, por qué no, ir al choque para ganar su sumisión y así poder extirpar con tino quirúrgico el mal de raíz. Es lo bueno que tiene este remedio, que uno se ahorra el tiempo muerto entre conversaciones y consultas y el ingente gasto en bálsamos y medicinas, sobre todo cuando sabe que cuenta con el favor de la espada y que tiene amaestrado el mazo de la justicia. Ninguno de los comentaristas tiene el cuajo de afirmarlo, pero debemos suponer que a esas acciones punitivas les seguirá un consenso general, gracias al cual renacerá la convivencia en su versión más alegre y desenfadada. Y sobre todo prevalecerá el orden, mucho orden, un orden litúrgico, casi funeral. Según su animoso parecer, por razones de fuerza mayor todos estamos obligados a dar un paso al frente, puesto que quienquiera que pretenda discutir hegemonías asentadas e históricas (reconvertidas en democracias para la ocasión) lo que nos está imponiendo es la guerra. Tanto agitan con ese tono su pluma que cualquiera diría que están prontos a ser llamados para actuar con las armas en primera línea y que esa ansia incontenible por sobreponer la fuerza legítima a cualquier otra razón los ennoblece. Pero no. Ya lo tenemos visto. En cuanto llegan las llamaradas, como no saben sostener ni un cubo de agua, estos ardorosos atacantes desaparecen.
viernes, 10 de noviembre de 2017
Lo mismo y lo distinto
Enfrentando la actual positividad de lo igual a la tradicional negatividad del otro, el pensador coreano Byung-Chul Han recala en una afirmación bien certera sobre los males que aquejan al cuerpo social: «El signo patológico de los tiempos actuales no es la represión, es la depresión. La presión destructiva no viene del otro, proviene del interior». Esta será la tesis capital que sostendrá en su opúsculo La expulsión de lo distinto. A su entender, ese germen destructivo no provendría necesariamente en la actualidad de la violencia del otro sino que se consumaría en uno mismo a través de la expulsión de lo distinto. «Un sistema que rechaza la negatividad de lo distinto desarrolla rasgos autodestructivos», viene a a afirmar a continuación, poniendo de ese modo en evidencia la carga de violencia que lleva implícita la aceptada positividad de lo igual. Lo tremendo de estas disquisiciones es que acaban reflejándose y teniendo consecuencias directas para nuestra vida. «El terror de lo igual alcanza hoy todos los ámbitos vitales. Viajamos por todas partes sin tener ninguna experiencia. Uno se entera de todo sin adquirir ningún conocimiento. Se ansían vivencias y estímulos con los que, sin embargo, uno se queda siempre igual a sí mismo. Uno acumula amigos y seguidores sin experimentar jamás el encuentro con alguien distinto. Los medios sociales representan un grado nulo de lo social». Es evidente que esa pérdida de penetración social da lugar a un repliegue a lo que llama el bucle del yo. A la hora de rastrear las causas de este comportamiento se percibe la aparición de fenómenos bien recientes como la interconexión digital y el auge de otros anteriores como la socialización del consumo. Mucho se podría hablar de sus consecuencias, pero, a efectos vitales, lo importante es que no se puede tener propiamente experiencia sin experimentar la negatividad de lo distinto, algo difícil cuando «la comunicación global solo consiente a más iguales o a otros con tal de que sean iguales». El régimen comunicativo que impera supone una creciente cercanía de lo distinto y una pérdida de la distancia que alimentaba su negatividad. La sustitución de la cercanía por la lejanía conlleva la extensión de lo mismo a costa de lo distinto, lo cual afecta directamente a esa fuerza vital que nos anima. «Cercanía y lejanía están entretejidas. Una tensión dialéctica las mantiene en cohesión. Esa tensión consiste en que es justamente lo contrario de las cosas, lo distinto de ellas mismas lo que les infunde vida. Una mera positividad, así como la falta de distancia, carecen de esta fuerza vivificante. La cercanía y la lejanía se median dialécticamente igual que lo mismo y lo distinto. Ni la falta de distancia ni lo igual contienen vida.»
miércoles, 8 de noviembre de 2017
Mínima 301
Sigo teniendo fe en la risa, pero sé bien lo peligroso que es pecar de risueño. Genera uno tantas risas y tan falsas que no tarda en perder su fe.
martes, 7 de noviembre de 2017
Los iluminados
Nuestros encuentros con la luz siempre dan en claroscuros y nos conceden momentáneamente algún relieve. Pero es cierto que entre nosotros hay también excepciones notorias, hay gente que se presenta dotada de su propia luz. A estos se les ve radiantes, tanto que resultan peligrosos de mirar. Eso no les retrae, se saben iluminados y se sienten destinados, con desigual éxito, a sobresalir y guiar por el buen camino a los demás.
sábado, 4 de noviembre de 2017
Inversión artística
James Welling, 4776 (2015) |
viernes, 3 de noviembre de 2017
Retracto
Retractarse. Un verbo sin duda complicado, y de moda. A la autoridad, es decir, a quien detenta esa primacía que la violencia le concede —a través del pueblo o a costa de él— así como al poder constituido que emana de ella, no suele bastarle con que alguien pillado en falta se explique. Exige perentoriamente que se declare equivocado, para que así se ponga de manifiesto quién ostenta la verdad. Si miramos bien, lo que hace esa exigencia es arropar al poder con el lustre de una dudosa verdad, pues la retractación no se extrae generalmente del insumiso por la fuerza de la lógica. Para entender la mecánica, entremos un poco más en cómo se llega a ese punto. Cuando un fiscal exige la retractación, no está buscando explicación a un comportamiento, tampoco desea dejar abierto a debate y buen juicio lo sucedido. En otras palabras, tiende a prescindir de los hechos. Busca simplemente la sumisión, de tal forma que el detenido se inculpe y admita públicamente su desvarío. Y ahí tenemos un segundo verbo complicado, inculparse, el segundo en la línea demoledora. Podría pensarse que la inculpación a uno mismo ya supone un reconocimiento de los hechos, pero el fiscal que sigue esa línea siempre irá más allá. En realidad, los hechos le importan poco, lo que le importa es que esos hechos derivan de una conducta evidentemente sostenida por un criterio peligroso para su orden social. Dice un fiscal de aquí cerca, a propósito de los hechos de los que hoy hablan todos los periódicos: «Si hubieran dicho que aceptaban la Constitución, a lo mejor alguna cosa habría cambiado». ¿Cambiado qué? ¿Los hechos, las interpretaciones, las calificaciones penales, la petición de treinta años de cárcel? Su tarea no parece otra, pues, que derribar el muro intelectual y moral con que el insumiso salvaguarda su conciencia personal. En ese sentido, la siguiente medida consiste en pasar a considerarlo reo, carne de cárcel (antes fue de tormento), con la violencia moral que eso supone. Para el fiscal, en cualquier caso, esa violencia es consecuencia natural de la resistencia moral que el reo opone al orden que él mismo representa. Ante este continuado choque con la firme conciencia del reo, el fiscal dirá que es preciso restablecer el orden de las cosas, cuando en realidad su obsesión es ordenar conciencias e intentar que se reconozca su superioridad moral como agente de la autoridad. Por tanto, al reclamar retractaciones, parece que al agente acusador del tribunal no le importa tanto pasar por encima de los hechos si eso sirve para centrarse más en el reo y sus convicciones. De algún modo un sistema judicial que ampara a un agente como éste tiene un serio problema, pues parece no haber conseguido liberarse de la vieja manía de doblegar al reo en vez de juzgarlo. En la actitud de ese agente se intuye claramente una abierta disposición a imponerle al reo, de no mediar retractación, los más grandes sacrificios, sin reparar en abusos y sevicias por supuesto. Para entender en qué términos nos movemos, pensemos lo curioso que resulta que un cronista comente la situación procesal señalando qué conveniente hubiera sido para los procesados, antes de convertirse en reos, ofrecer algún gesto de arrepentimiento y conversión a la doctrina constitucional. Como el proceso se torna de repente moral, es evidente que la acusación fiscal busca sin miramiento como último objetivo una rendición moral. Eso puede significar que el reo debería retractarse de sus convicciones y seguidamente inculparse de cualquier hecho que resulte conveniente a efectos del proceso. Y esto nos lleva al tercer y último verbo complicado, acatar, porque acatar lo que desprecia es lo que se le exige, lo cual viene a ser tanto como pedirle que renuncie a sí mismo, una exigencia vergonzosa, más fácil de imaginar, digámoslo con claridad, en un tribunal inquisitorial. Sería más propio, pues, que nuestro fiscal tomara para la ocasión el hábito de los dominicos o de los franciscanos, y que se ofreciera a rememorar vestido con él el papel de ilustres figuras como Torquemada, Landa o cualquiera de la larga saga de inquisidores, para traer hasta el presente y mostrar en pleno siglo XXI y en toda su crudeza una tradición que no está dispuesto a dejar perecer.
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