jueves, 21 de agosto de 2014

Mi descubrimiento


El descubrimiento, que debería ser un modo de poner en evidencia y desentrañar algo para que quede a la vista de todos, ha pasado a tener universal significado a través de la autoría y la fecha en que se produce, por lo que su divulgación pasa a tener carácter memorial y el testimonio documental es visto como un acta de legítima apropiación. Cada vez es más frecuente el caso paradójico y hasta ridículo en que lo que se descubre no es algo complejo, enmarañado o falto de evidencia sino una cosa bien evidente. En tales casos el descubrimiento, con la publicidad que lo patrocina, viene a ser una maniobra gracias a la cual lo arrinconado, pero bien conocido por muchos y ahora redescubierto, pasa a tener dueño y patente. Si esto pasa con el redescubrimiento de lo evidente, qué decir cuando la materia no es tan evidente. Pensemos de nuevo en el descubrimiento, pero no de algo físico sino de lo que denominaríamos abstracciones complejas, caso de genes o algoritmos. Sin ninguna duda el hallazgo se presentará con su autoría y fecha como una declaración unilateral —y social, si la plataforma en que se anuncia es la adecuada— de propiedad. Propiedad más bien discutible, si tenemos en cuenta que los formalismos y conceptos previos son normalmente una obra cooperativa, fruto, puesto que nos referimos a la ciencia, de un consenso social.

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