La idea de que nada hay mejor que la educación para modelar nuestro futuro común es bastante engañosa. En materia de educación el futuro es bien distinto según sea visto por un maestro o por su discípulo. En el caso del maestro, la visión del futuro se obtiene a base de proyectar sobre un tiempo lineal una escogida parte de la memoria social, en concreto aquella que se cree especialmente útil para tiempos venideros. Ese memorable y magistral pasado sirve a su vez, tras ser proyectado con su oficio educativo, para reconstruir sólidamente en los discípulos un tiempo nuevo. Lamentablemente el tiempo así forjado sólo les pertenece a los alumnos, aunque únicamente en la medida en que lleguen a asimilar el proyecto. A diferencia de ellos, el maestro nunca consigue desligar su tiempo nuevo de la huella del pasado, un espacio en que los objetivos logrados alternan y quedan deslucidos por los fallidos. Es consciente de que cada uno de esos objetivos vino precedido de alguna elección pedagógica basada en razones que con el paso del tiempo se han acabado por revelar azarosas e inconclusas. Por eso mientras el discípulo ve el tiempo como un motor de sus aspiraciones, como un vector que sólo mira al futuro, el maestro, que arrastra ya un pasado, tiende a ver el tiempo como una inagotable fe de penosos errores. Ese registro sobrevuela y empequeñece su futuro, que sobrevive, en el mejor de los casos, gracias a los éxitos de sus discípulos. En estas circunstancias, cualquier elogio de su buen hacer quiere ser un bálsamo, en tanto que busca disolver ese tiempo tortuoso en un presente agradecido, aunque ese bálsamo resulte finalmente perverso y nos invite más bien a un reparador olvido. Mirando desde el presente, todo parece quedar resumido en que el alumno brillante es un éxito que representa el acierto del pasado y el maestro es un maltrecho vehículo, tan atascado en despejar sus viejos errores que carece de futuro. Con tono aforístico describía Brecht este rasgo tan típico del maestro en una de las muchas anécdotas atribuidas al señor Keuner: «Al enterarse de que sus antiguos pupilos le elogiaban, comentó el señor K.: "Cuando los discípulos ya hace tiempo que olvidaron los errores de su maestro, éste aún los recuerda"».
miércoles, 23 de julio de 2014
Pasado y futuro
La idea de que nada hay mejor que la educación para modelar nuestro futuro común es bastante engañosa. En materia de educación el futuro es bien distinto según sea visto por un maestro o por su discípulo. En el caso del maestro, la visión del futuro se obtiene a base de proyectar sobre un tiempo lineal una escogida parte de la memoria social, en concreto aquella que se cree especialmente útil para tiempos venideros. Ese memorable y magistral pasado sirve a su vez, tras ser proyectado con su oficio educativo, para reconstruir sólidamente en los discípulos un tiempo nuevo. Lamentablemente el tiempo así forjado sólo les pertenece a los alumnos, aunque únicamente en la medida en que lleguen a asimilar el proyecto. A diferencia de ellos, el maestro nunca consigue desligar su tiempo nuevo de la huella del pasado, un espacio en que los objetivos logrados alternan y quedan deslucidos por los fallidos. Es consciente de que cada uno de esos objetivos vino precedido de alguna elección pedagógica basada en razones que con el paso del tiempo se han acabado por revelar azarosas e inconclusas. Por eso mientras el discípulo ve el tiempo como un motor de sus aspiraciones, como un vector que sólo mira al futuro, el maestro, que arrastra ya un pasado, tiende a ver el tiempo como una inagotable fe de penosos errores. Ese registro sobrevuela y empequeñece su futuro, que sobrevive, en el mejor de los casos, gracias a los éxitos de sus discípulos. En estas circunstancias, cualquier elogio de su buen hacer quiere ser un bálsamo, en tanto que busca disolver ese tiempo tortuoso en un presente agradecido, aunque ese bálsamo resulte finalmente perverso y nos invite más bien a un reparador olvido. Mirando desde el presente, todo parece quedar resumido en que el alumno brillante es un éxito que representa el acierto del pasado y el maestro es un maltrecho vehículo, tan atascado en despejar sus viejos errores que carece de futuro. Con tono aforístico describía Brecht este rasgo tan típico del maestro en una de las muchas anécdotas atribuidas al señor Keuner: «Al enterarse de que sus antiguos pupilos le elogiaban, comentó el señor K.: "Cuando los discípulos ya hace tiempo que olvidaron los errores de su maestro, éste aún los recuerda"».
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