sábado, 22 de marzo de 2014

Matar el rato


Ni la mejor butaca vale para matar fríamente un rato, por muy malo que sea. Cuánto más si se trata de un tiempo inútil y condenado de antemano. Hacerlo desaparecer entre cojines sería casi como un absurdo asesinato. Al hablar de tiempo muerto también nos equivocamos. No es fácil que despiertos a la vida reconozcamos esa pérdida de pulso. La idea es más bien distraer el tiempo antes de que, falto de acción que lo entretenga, nos domine y ahogue. Ahí la duración apenas importa. Basta un instante para acabar sobrecogido y dominado por el tiempo, para quedar enganchado al hilo. Matar el rato es siempre un espejismo, algo así como una gélida ilusión. No por innecesarios pasan esos ratos vacíos a ser imposibles. Lo normal es que sigan vivos, posiblemente sin imponernos exigencias, pero poco dispuestos a morir. Incapaces de matarlos, sentimos que se prologan y conviven con nosotros hasta que se mueren, soportando la pequeña historia como si la portáramos en nuestros tensos y desfallecidos brazos.


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