viernes, 7 de marzo de 2014

Hojas sueltas


Han quedado sobre mi mesa media docena de hojas secas, alguna espléndida, del último otoño. No sé con qué propósito las cogí ni para qué las metí en una bolsa de plástico, pero ahí están cuidadosamente guardadas como si esperaran algo. Las del roble y el espino siguen verdes, la del arce es rojiza y la del gingko es de un amarillo profundo. Por falta de color no queda. De vez en cuando me agrada mirarlas, observar los detalles, la nervadura, los lóbulos, el tallo, el tono mate del envés. Suelo recordar dónde las cogí, pero ni aun así consigo reconocer si hubo o no algún fin. En esto no parece que haya mucha diferencia con las que escribo. Estas van quedando almacenadas sin quedar permanentemente expuestas a mi vista. A diferencia de aquellas no son indelebles, cualquier mirada me invitaría a animarlas con el color del día.

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